Educación 002
EDUCACIÓN DE NIÑOS ADOLESCENTES
– ¿Es que no me das la razón? Dile, por favor, que tengo razón, es que ya no entiendo nada. Siempre está igual.
– Que sí, claro que tienes razón, pero no vayas por ahí, en serio.
– ¿Y por dónde quieres que vaya? Me contesta como si fuese una desconocida o peor y no dices nada y ya es insoportable.
– Pero ¿de verdad no ves que yo estoy igual? ¿No ves que yo también creo que tenemos razón? Lo que digo es que no sirve de nada ir por ahí. Yo también pierdo los nervios casi cada día pero hoy que estoy más tranquilo te digo que tengas más paciencia, que enfrentarte y encararte porque “tienes razón” ni ayuda ni sirve con ella.
– Ya, pero no vamos a ningún lado. De todas formas me alegra que me digas que tengo razón porque lo llego a dudar, creo que me va a volver loca.
Y esto, (casi) todos los días durante unos años. Y esto, de hijos e hijas que no te esperas. Que, antes de esta época, jamás te imaginarías que iban a llevarte a esos límites. Por cierto, no creo que sean todos así. Pero cuando son, sí son así. O peor.
Me imagino que en todas las épocas de la historia, los humanos hemos pasado por esa etapa tan concreta. Estoy seguro de que esa etapa y los comportamientos que se dan a nuestro paso es diferente según dichas épocas, o según los países, clases sociales y demás variables espacio-temporales y sociales. Pero vamos, que todos y todas nos volvemos medio tarados.
Y quiero comenzar justo por ahí: todos hemos pasado por ahí. Todos nos hemos vuelto medio tarados (y hemos vuelto medio tarado al que osaba rodearnos). Parece mentira que se nos olvide tan fácilmente. Cuando nos enfrentamos a la titánica tarea de educar a un adolescente, tenemos que partir de esa base: que ya hemos sido él o ella. Que no sirve la excusa de “es que no me acuerdo” o la que me resulta incluso más torpe “es que yo no era así, yo era más normal”. No lo creo. Y si tus padres tuvieron esa suerte, tú no la vas a tener. Pero no dejes de usar el hecho de que viste, conviviste y dabas la razón a tarados como tu hija o tu hijo frente a los adultos. Y esto se nos olvida. Pero ojo, no es fórmula de nada. Ayuda pero no resuelve. Calma pero no quita el dolor. No es ibuprofeno, es una tirita.
Esta base sirve para la siguiente capa. Porque esto va de ponerse capas y aguantar. Ésa sí es la fórmula. No dura para siempre. Algunos se quedan tarados de por vida, pero eso es para otro post. Me refiero a que la adolescencia pasa. La siguiente capa es que esto no va de ti, va de ella, va del adolescente. Esto es muy complicado de entender. De hecho, creo que no es tanto entender sino asumir. En esta época la pauta la marca ella. No las reglas ni la autoridad ni los límites. Me refiero a los tiempos, al proceso mismo de educar, al protagonismo, en definitiva. Y, cuando volvemos a casa tras un día duro, esto se atraganta como un polvorón rancio. Como jugar a comerte dos rebanadas de pan de molde en menos de 20 segundos. No pasa nunca. Sólo piensas en escupirlo y mandar al carajo los 10€ que te has apostado. Sólo piensas en mandarle a la mierda o, lo que es peor, creer que esto va de ti y de tener razón. Pues no.
Comunicarse con adolescentes.
Otra capa, mucho más fácil de colocarnos como padres o educadores (a los abuelos habría que encerrarlos a todos hasta que sus nietos cumpliesen 30 años; bueno no, pobres…) es la de la empatía. Como con todo el mundo en general pero una más gorda, más resistente. Una capa de empatía que nos permita ponernos en su lugar, ponernos no en nuestro lugar cuando teníamos su edad (eso era lo de los tarados) sino ponernos en su lugar ahora. Y, ponernos en su lugar ahora, es justo lo contrario que pensar que lo tienen todo. Porque lo tiene todo, ¿no?. Pues no. No tienen ni idea de quiénes son y quiénes quieren ser. Ni de quiénes quieren sus amigos y amigas que sean. Ni si quieren ser lo que pensaban ayer que querían ser. En ese lugar nos tenemos que poner. En un lugar inhóspito y cambiante. Frío y desangelado en donde ni se ve el principio ni el final ni saben cómo han llegado ahí ni si quieren salir ni si tienen frío. Un planazo de sitio, vaya. Pues ahí tenemos que ponernos por un rato y luego tomar distancia. Y sólo entonces, revisar nuestro comportamiento con ellos.
Revisarlo porque tenemos que adaptarnos en cada momento a ese caos. Adaptarnos para que, con los límites que obligatoriamente tiene que haber y tienen que saber que hay, haya un buen terreno de juego. Que sí, que un día tendrá barro, lloverá, perderemos 8-0 y encima no habrá agua caliente para ducharnos, pero sabremos que jugamos en una buena liga, que el deporte al que jugamos es compartido con tu hija y que el objetivo de ambos es el mismo: ganar, no ganarle al otro. Ganar el partido. Porque el partido se juega todos los días pero la liga acaba, siempre acaba en algún momento.
Hay, además, una cosa de la que discuto mucho con mis amigos y conocidos. Y es muy complicada y con aristas. Es el tema de la confianza. Hay otros como la cercanía, el nivel de paciencia o los valores de cada uno que, inevitablemente, influyen en la educación de los adolescentes. Pero ahí, cada uno. Yo tengo más que suficiente con lo mío. Hablaba de la confianza. No puedo entender la educación de los adolescentes sin una confianza previa. No una confianza previa condicionada. No. Hablo de una confianza ciega previa. Una confianza que haga temblar de responsabilidad al adolescente por inesperada, por radical y por unilateral. No puedo entender no dejarles que comiencen el camino solos, con sus obstáculos, con sus (miles de) tentaciones sin esa confianza previa. Cuando escribo esto pienso en el día que le dije a mi hija que JAMÁS le miraría ni el móvil ni su correo personal ni su ordenador sin su permiso. Yo creo que todavía está esperando el “pero”. O el “precio”. Nunca llegaron ni uno ni otro. Sin más. Confié en ella incondicionalmente previamente a las tormentas, a las discusiones, a los gritos y a la desazón e incomprensión de tantos momentos que llegan irremediablemente. Ese espacio donde vive sin nuestra injerencia es suyo. No hace falta que venga con el “pero” ahora pero sí. No es tanto un “pero”. Es un “sólo si” rompes esa confianza, todo se habrá roto. Rezo para que no llegue ese momento. Sé que puede llegar pero aún así, será mejor que vivir una situación donde no exista esa confianza. Donde todos los días exista un juego maquiavélico por violar los espacios del otro.
Ni qué decir tiene que la educación de los adolescentes es compartida. Los padres creemos que es una ecuación difícil pero resoluble, con pocas pero complicadas variables. Pero nada más lejos de la realidad. Hay variables hasta en la sopa: el colegio y sus profesores, los amigos (más tarados que tu hija, porque ella aunque sea parece buena chica…), los otros padres (algunas veces peores que sus propios tarados), los cuñados, y demás fauna cercana. Y esto es la punta del iceberg, nunca mejor dicho, porque ahora nos han regalado el infinito en maravillosas píldoras educativas en todas las redes sociales y plataformas en Internet. Vamos, una gozada para completar lo que ya parecía “re-jodido”. Ante esto, sólo cabe la capa más bonita de todas, la capa de Milrith creada por los enanos del Señor de los Anillos. La capa más resistente jamás creada. Con esta capa puesta constantemente para no morir en el intento, nos hemos de obsesionar con inculcar, como padres, la Educación con mayúsculas. Ninguno más que nosotros somos los responsables de sus valores, de su ética y de formar lo que, cuando ya no sean adolescentes, les quede bajo todas las capas que tendrán que ponerse cuando les toque a ellos.
Y con todas estas capas y superpoderes, todos podemos ejercer alguna vez de superhéroes. No hay ninguna otra época en la vida en lo que a educación se refiera que tengamos tamaña oportunidad. Unos optaremos por ser Superman o Superwoman y salvarles de los villanos y otros seguro que prefieren ser Spiderman, Batman o el Joker. El caso es que el pobre niño indefenso tenga algún lugar al que agarrarse para no caerse y poder, con el ejemplo, ser un superhéroe en el futuro, como en las pelis.
Contenido adicional fantástico: