Las empresas cebolleta
Los que me conocen saben cuánto me gusta la ensalada de lechuga fresca y cebolleta. Creo que con unos elementos tan simples, tan naturales y con tan poca necesidad de elaboración, se consigue el perfecto acompañamiento (alcanza la máxima perfección si complementa una buena carne o un buen pescado): en mi caso, otra vez, chuleta de ternera vieja o merluza rebozada.
Además hay un truco. Bueno, no es un truco, es una evidencia. Una evidencia que conlleva disfrutar (y pagar) por un lujo. El lujo de quitar capas (nunca tirar). Quitar las hojas exteriores de la lechuga fresca y quitar las primeras capas de la cebolleta. Entonces cortas la primera en trozos irregulares con las propias manos y en juliana la segunda. Y al mezclar todo en un recipiente ancho con sal, vinagre y (mucho) aceite de oliva (en ese orden), y probarlo, lloras.
Bien. Si esto es tan evidente, el quitar capas para llegar a la esencia de las cosas, a la parte más tierna de las cosas, a lo mejor de cada elemento, ¿por qué se empeñan las empresas en ponerse capas y más capas ocultando lo que verdaderamente son, lo que les confiere un valor para sus clientes? No lo entiendo. Dos ejemplos:
Con motivo de la devolución de mi coche que finalizaba el período de renting, contacté con la empresa con la que hice toda la operación. El trámite se basaba en recoger el coche en mi domicilio y trasladarlo a donde quiera que lo guarden para su posterior uso. Pues bien, además de retrasarse en la cita hasta en 3 ocasiones (me dijeron que pasarían un martes y no lo hicieron hasta el jueves siguiente: 9 días más tarde), tuve la ocasión de charlar con la persona que vino en la grúa que lo trasladaba. El operario me llamó diciéndome que “estaba en ese momento esperándome en el portal de mi domicilio”. Menos mal que yo estaba en casa en ese momento. Se lo dije. Se enfadó indicándome que “él bastante tenía con obedecer lo que le mandaban cada día”. Al bajar y mantener ya un contacto cercano y poder darnos explicaciones me contó lo siguiente: “Mira, yo pertenezco a la empresa de transportes que contrata otra empresa que es la que guarda los vehículos. Ésta última se encarga de contratar a otra que es la que los transporta hasta su nuevo destino y entiendo, que es la que da explicaciones a tu empresa de renting”. ¿Pero cómo van a dar un buen y puntual servicio con este “carajal”? ¿De verdad no pueden tener los servicios que dicen que dan más integrados, más cercanos a su esencia?
Un buen amigo me describió una situación que me sirve para el segundo ejemplo. Antes de su visita al Museo del Prado, se informó de las condiciones y precios para su familia (adultos y menores) y los amigos con los que pensaba acudir. En la página web, que sorprendentemente, te lleva a un archivo pdf con la resolución de los precios y condiciones del BOE, (tras una tediosa lectura y búsqueda de la información) indica que los menores de 18 años pueden acceder de forma gratuita y que los menores de 12 años, acompañados de adultos, tienen la visita guiada gratis, en vez de los 10€ que se ha de pagar en el resto de casos.
Pues bien, al acudir en persona con toda esta información en mente, les indican en la ubicación de las taquillas para las adquisición de entradas que no. Que los de 12 años deben pagar la visita guiada. Y se abre la Caja de Pandora. La ecuación de Dios. Si los menores de 12 años incluyen a los niños y niñas de 12 o no. Siempre podía haber cedido (mi amigo) pero no lo hizo. Abrió todavía más la Caja de Pandora. Preguntó, amablemente, a la persona que le estaba atendiendo si podía llamar a alguien encargado, para no importunarle a ella. Ella sonrió y le dijo que ella era la responsable máxima para la gestión de entradas. Mi buen amigo también sonrió y le indicó que avisase, por favor, a alguien del museo, observando sin dificultad que ella “no era personal del museo sino de una empresa subcontratada”. Ella volvió a sonreír y le dijo que su responsable directo “tampoco era personal del museo” pero que si quería, para no seguir haciendo la cola más larga, podía avisar a alguien del museo. Pasados los minutos en los que se buscó a esa persona, como quien busca una obra de arte en un lugar recóndito del museo, apareció el susodicho. Éste, impertérrito ante la demanda, se excusó, tras sonreír nuevamente a mi amigo, contándole que “él tampoco era personal oficial del museo, que no había en ese momento ningún empleado, y que él hacía las veces de personal de apoyo a la otra subcontrata». Y todo esto en El Museo del Prado.
Con lo rica que está la ensalada de lechuga fresca con cebolleta, ¿en serio nos merecemos una bolsa de lechuga y cebolla aliñadas de fábrica al triple de precio?