Love the 90s!
Este sábado 17 de junio hemos vuelto a vivir un día y una noche de ensueño.
La vida es tu capacidad de provocar casualidades. Y la casualidad que yo aproveché fue la que apareció cuando mi cuñada Belén nos llamó (hace unos meses) para decirnos que venía a visitarnos a Madrid porque venía de despedida de soltera a un «festival de los 90» con sus amigas y la novia. Esa casualidad me llevó a retomar una bonita amistad que tenía con Hugo, al que no veía hacía más de 10 años, y quien organiza ese festival. La casualidad siguió tomando tamaño y provocó que Hugo (que es un amor) nos invitase al evento y que nosotros pudiésemos arreglárnoslas para dejar, más o menos a salvo, a nuestras 2 hijas y a nuestro hijo. Total, no íbamos a estar mucho rato…
A partir de nuestra llegada al festival (con un poquillo de pereza indisimulable) todo cambió. Hasta ese momento no entendí bien lo que me dijo Hugo, ni lo que tanto motivaba a mi mujer ni siquiera el claim del evento: «Vuelve al lugar donde eres feliz«. Flipé del efecto curativo, balsámico, reconfortante, de volver a disfrutar. De volver no a ser joven sino a ser un adulto que disfruta siendo adulto. Un adulto rodeado de adultos felices. El tiempo se para durante las horas del festival. Se estira, consigue durar más, mucho más que las casi 8hs que estuvimos sin parar de disfrutar, de bailar, de saltar, y sobre todo, de sonreír.
Todo ayuda ahí, pero la música es el broche definitivo. Saberte todas las canciones, cantar junto al resto de 35 000 asistentes todas las canciones, bailar todas las canciones es indescriptible. No tengo ni un sólo dato y mucho menos tengo evidencias científicas pero estoy seguro de que en mi cerebro se activaron todas las neuronas dormidas correspondientes a las (muchas) noches que disfruté como este sábado. Todo te traslada a un universo que ya fue y que vuelve a ser, sin artificios sin pretender nada que no vaya a ocurrir. Ocurre tal y como tiene que ser ahora, porque no es pasado, es puro y fantástico presente.
Y la casualidad ya se hizo gigante cuando empezamos a encontrarnos con muchos amigos que hacía «mil años» que no veíamos y la alegría ya se escapaba del cuerpo. La pereza inicial dio paso que nos olvidásemos de los niños, de que era sábado, de nuestra edad y de nuestras obligaciones de adultos. La única obligación comenzó a ser que aquello no acabase nunca. Que, como esto era imposible, durase todo lo máximo posible, estirar la casualidad hasta que fuese ya irrespetuoso con nuestra suerte de haberla usado tanto.
Y seguimos encontrándonos con «conocidos» y con nuestro pasado más tierno, más compartible, más inverosímil.
King África.
Fernandisco
Y, como si todo esto no fuera suficiente, la casualidad explotó en nuestras narices con una onda expansiva de felicidad pura. Hugo, nunca jamás podremos pagarte por esto. Es imposible. Nos regaló, no sólo las entradas y esta oportunidad única de volver al mejor lugar del mundo, sino un momento inolvidable que jamás olvidaremos.
Nos regaló ser los afortunados espectadores no ya de la primera fila sino de las entrañas del festival. Del punto imposible. De la razón por la cual las casualidades no existen si no las aprovechas.